“Quiero intentar comunicar los corazones y transmitir el delirio de la vida”, dijo Fito Páez. La frase refleja exactamente al Páez de estos días, que viene de llenar dos Luna Park, que se dio el gusto de tocar en Londres “en las mismas baldosas que antes pisaba Pete Towshend”, y sabe que hoy lo espera un Metropolitano colmado en su ciudad natal. La rueda mágica sigue con más giros, y lo bueno es que siempre está al lado del camino.
“Uno elige una disciplina que hace con rigor, y cuando las cosas funcionan como uno quiere, y la música tiene garra y fuerza, todo es muy estimulante”, dijo Fito, quien se presentará hoy, a las 21.30, en Metropolitano, Alto Rosario Shopping, junto a Coki & The Killer Burritos, integrado por Coki Debernardi, en guitarra y voz; Julián Acuña Di Mauricio, en guitarra y coros; Eloy Quintana, en bajo y Tito Barrera, en batería, una banda local de cepa rockera y estrechamente ligada a su corazón.
—¿El objetivo de tus canciones es que resistan el paso del tiempo?
—Sí, fijate que en las obras de los grandes artistas el maestro de todo es el tiempo, es el que pone todo en su lugar, las emociones en el lugar correcto, las opiniones en el lugar correcto, las pasiones en el lugar correcto, y eso te da la dimensión verdadera de la obra.
—¿Sabés que hay bandas que ya te hacen tributos, en Rosario al menos, como es el caso de Mother Fucker?
—Ah, sí, me enteré, pero, claro, es raro, la gente pensará ¿cómo le hacen un tributo a este tipo, si está vivo todavía? Ja, ja.
—¿Ese tipo de señales te hacen mirar con más tranquilidad el camino recorrido?
—Y, es muy saludable. Recuerdo cuando tenía la edad de esos pibes, que tenía 15, 16 años, en los tiempos en que iba a la Dante, y tocaba los temas de Serú Girán, hacía “Perro andaluz”, “Viernes 3 AM”, “Canción de Hollywood”, y de alguna manera eran los músicos que me formaron en los primeros años. Por eso, que los chicos hagan temas míos, demuestra que ese tipo de expresiones están vivas todavía. E incluso habla bien de la Argentina, porque demuestra que, en un punto, no todo es lo que te pasan por la tele.
—La noche de la despedida de los Piojos, se decía que era una gran noche para el rock argentino, porque además de ese show tocaban también La Renga, Andrés Calamaro y vos, y todos ante mucha cantidad de público. ¿Por qué el rock sigue estando en la cresta de la ola?
—No sé la explicación, pero sí la sensación que me da es que hay muchos lenguajes dando vueltas, muchas formas. Evidentemente ante artistas como Andrés o como yo, por ahí, tenemos una suerte de público más adulto, que va en busca de algo que no es tan inmediato. Es un público que no necesita pertenecer a nada, está en concordancia con esa idea del paso del tiempo. Y los otros son flacos de tribus, viste, tienen sus grupos, los piojosos, los rengos. Eso se parecería más al rock, eso sería el rock. Me parece que Andrés y yo tomamos elementos del rock, pero lo que hacemos no necesariamente está encasillado dentro del género.
—¿Lo que hacés tiene más que ver con la canción popular?
—Exacto, por eso digo que la canción popular es la tradición a la que yo pertenezco. El rock está más ligado a una especie de adolescencia, chicos que quieren pertenecer a una tribu, que quieren formar parte de algo porque quizá no tengan contención social ni familiar, y allí sienten que pertenecen a algo. Siempre está rondando la idea de pertenencia, porque nosotros al no tener una nación en este país, todavía, siempre la idea de pertenencia alivia y afloja. Yo no aglutinaría a todos dentro de la misma bolsa, no me parece.
—Coki & The Killer Burritos es una banda local esencialmente rockera. ¿El aporte que le hacen a tu música suma desde ese perfil?
—El aporte viene primero por la garra, por el amor con que lo hacen, eso no tiene precio, no hay manera de terminar de agradecerlo. Y después que, bueno, la música popular tiene guitarra eléctrica también, lo que pasa es que esta formación quizá no está embanderada con una estética determinada. Los Burritos es gente muy ecléctica, Eloy tiene una banda de punk, son amigos de los Broken Toys, escuchan a Costello y les gusta Led Zeppelin, Coki escucha jazz, Julián escucha Mhaler y Tito es fan de Pete Thomas. O sea son músicos abiertos, con los que podés trabajar, gente que está bien de la cabeza, es muy difícil no llevarse bien.
—¿Qué te pasó por la cabeza y el corazón cuando tocaste en Londres, cuna de muchos de los músicos que te inspiraron en tu adolescencia?
—Es difícil contar eso. Los fantasmas del lugar estaban ahí, esas baldosas las pisaba antes Pete Towshend, ¿entendés? Es raro, viste, la metafísica es algo que no tiene explicación todavía, pero ahí sentís la historia del lugar. Además por ahí pasó una música con la cual todavía sigo muy vinculado, porque en Inglaterra, sobre todo en Londres, se generaron ideas que cambiaron la música del mundo y surgieron artistas de gran inventiva. Entonces, estaba tocando en el barrio de ellos. Igual, en un momento toqué “London Calling”, de The Clash, y aflojé un poquito. Está bueno sentir esa adrenalina. Aunque, en realidad, cada concierto, en cualquier lugar, es único.
En la cocina de la creación
El disco que sucederá a "No sé si es Baires o Madrid" está en pleno proceso de gestación. "Son todas canciones hechas en el medio de las giras, de la escritura de la película nueva, de la crianza de los hijos, de los aviones, las deshoras, los hoteles. Todavía no me senté veinte días a laburar de verdad", dijo Páez, aunque aseguró que: "Lo que apareció me gusta". Fito indicó que aún está lejos de acercarse a un perfil conceptual del material: "Es como cuando estás en la cocina y ves de a poco con qué contás para empezar a cocinar. Ahí estoy ahora".
